"En ese temible volumen yace el misterio de los misterios".
Sir Walter Scott
Sir Walter Scott
Días pasados, en una lista de correos, mi querida
amiga y autora de sabrosos relatos de ciencia ficción, fantasía y horror
Olga Appiani de Linares comentó una noticia acerca del Manuscrito
Voynich, un antiguo conocido de los ocultistas, nigromantes y creyentes
en seudociencias. Le agradecí el comentario, expresándole que hacía
muchos años que no escuchaba nuevas sobre el tal manuscrito, que jamás
ha podido ser descifrado. Ella, a su vez, se sorprendió de que yo lo
conociera.
El Manuscrito Voynich
Pocos días más tarde, una noticia en Scientific American
llamó mi atención: un psicólogo norteamericano —que no un lingüista, y
esto es lo que más me asombró— había estado trabajando sobre el libro,
hallando interesantes descubrimientos sobre él que muy bien podrían
aplicarse en otros campos. Pero comencemos por el principio.
El emperador estaba contento: su hijo había nacido.
Maximiliano II y su esposa María, hija a su vez del emperador Carlos V,
habían concebido y dado a luz a un pequeño que, andando el tiempo,
estaba destinado a su vez a ocupar el serenísimo trono del Sacro Imperio
Romano. Corría el mes de julio de 1552 en Viena.
De carácter cultivado y curioso, el niño evidenció
desde siempre una personalidad similar a la de su tío, Felipe II de
España. En aquel país peninsular el pequeño Rodolfo recibió una
educación completa y de gran profundidad.
En 1572 Rodolfo fue coronado rey de Hungría, más
tarde subió al trono de Bohemia, y en 1575 fue nombrado rey de Alemania.
Por último, en 1576, a la muerte de su padre, fue coronado Emperador
romano con el nombre de Rodolfo II.
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El reinado de Rodolfo II es importante en la historia
y en la ciencia por varios motivos, tanto encomiosos como negativos. Se
lo recuerda, por ejemplo, como el soberano que no supo impedir las
guerras religiosas y a quien se le fue de las manos el conflicto que
culminaría conociéndose como Guerra de los Treinta Años.
Inversamente, la ciencia lo recuerda con respeto y
agradecimiento, ya que fue este soberano quien ejerció el mecenazgo
sobre Tycho Brahe y Johannes Kepler, y todos los historiadores de la
ciencia están de acuerdo en que ninguno de ellos hubiese logrado lo que
logró sin el apoyo político y económico de Rodolfo II.
Con una larga historia hereditaria de demencia y
antecedentes de depresión y tendencia a la excentricidad, la salud del
monarca fue decayendo sensiblemente hasta morir, casi loco y totalmente
recluido en su palacio de Praga, en enero de 1612.
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Durante toda su vida, Rodolfo II se interesó por la
magia, la alquimia, la brujería y los objetos y libros extraños. Su
mansión de Praga se convirtió en el centro de reunión no sólo de
astrónomos y científicos serios como Tycho y Kepler, sino también de
religiosos como Giordano Bruno (luego quemado por hereje), magos negros
como John Dee y mistificadores, aventureros y falsarios como Edward
Kelley.
Rodolfo tenía una enorme habitación, la Kunstkammer, llena de libros y manuscritos de magia y alquimia, y abrazó la astrología como pasión y pasatiempo.
Se dice que la colección de textos que reunió sobre
esos temas era soberbia, y aquí entra el Sacro Emperador en nuestra
historia del Manuscrito Voynich.
El hombre por cuyo apellido iba a conocerse todo este
asunto para la posteridad nació mucho después, el 31 de octubre de 1865
(algunos biógrafos dicen 1863) en Kaunas, Lituania, bajo el complicado
nombre de Wilfryd Michal Habdank-Wojnicz. "Habdank" es el nombre de un
clan heráldico polaco, ascendencia que nuestro héroe compartía, pero,
dada la dificultad de la gente para pronunciarlo, pronto lo abandonó.
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Una página de gran belleza
En Londres, Wojnicz se casó con una correligionaria
irlandesa, que era nada menos que la quinta hija del matemático y
filósofo George Boole (todos los que trabajamos en informática conocemos
y hemos estudiado el Álgebra Booleana), Ethel, y ambos pasaron su
tiempo escribiendo y enviando a Rusia literatura revolucionaria y
traduciendo al inglés las obras de Marx y Engels.
Wojnicz (que a esta alturas había anglicanizado su
nombre y ya firmaba "Voynich"), comenzó a interesarse por los libros,
manuscritos y catálogos antiguos. En esta tarea prosperó, y pronto
estableció un importante comercio de libros raros en Soho Square N° 1,
Londres, a donde acudían todos los coleccionistas deseosos de adquirir
un ejemplar largamente soñado.
En 1914, Voynich se mudó a Nueva York, donde continuó
con su oficio de librero especializado en textos raros, y allí se quedó
hasta su muerte, ocurrida en 1930 (o en 1931, según algunos biógrafos).
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En 1912, Voynich viajó a Italia por segunda vez: ya
había estado en ese país en 1898. En ese segundo viaje, totalmente
dedicado a la adquisición de volúmenes antiguos para su negocio, recaló
en la biblioteca del Colegio Jesuita de Villa Mondragone en Frascati,
una población cercana a Roma.
Revisando un arcón que contenía los libros que los
curas deseaban vender, le llamó la atención un volumen en cuarto escrito
en unos extraños caracteres que Voynich no pudo identificar.
Pasando las hojas del manuscrito, observó que la
mayoría de ellas estaban ilustradas con dibujos de diversas plantas,
estrellas y figuras humanas, ninfas o mujeres desnudas.
Para colmo de las sorpresas, entre las páginas del libro Voynich halló una antigua carta en latín, fechada en 1666.
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Los sacerdotes se mostraron de acuerdo en vender a
Voynich el manuscrito y su carta, y éste los llevó a su negocio
londinense. Confundido por los extraños símbolos que cubrían las
páginas, Voynich fotografió cada una de ellas por el anverso y el
reverso (son en total 246), y envió las copias a los más reputados
lingüistas de su tiempo: ninguno de ellos fue capaz de identificar la
lengua, como tampoco el juego de caracteres con el que el libro está
escrito. Era sólo el comienzo de una de las historias más increíbles y
uno de los enigmas más sorprendentes de la historia de la ciencia
humana.
El Manuscrito Voynich es bastante pequeño: sus
páginas miden apenas 15 por 22 cm. Sus páginas son de vitela, una
especie de pergamino hecho de cuero de cordero muy trabajado y fino, y
todo el libro ha sido escrito por la misma mano. Contiene más de 40.000
palabras y la mayoría de las páginas incluye ilustraciones. Solamente 33
de sus páginas son sólo texto.
No tiene título, fecha ni indicación del autor. No
está tampoco dividido en secciones ni capítulos pero, en base a la
naturaleza de las ilustraciones, los expertos lo han dividido
tentativamente en cinco partes, denominadas Herborística, Astronómica,
Biológica, Farmacéutica y Recetario. Insistimos en que esta división
puede ser totalmente errónea, por el hecho de que, desde el momento en
que no se comprenden los textos, está basada exclusivamente en las
ilustraciones. Muy bien la sección de astronomía pudiera tratar sobre
historia de la hidráulica y la de herboristería contar una novela
burlesca.
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La sección herborística ocupa más o menos la mitad
del manuscrito (unas 130 páginas). En cada página hay normalmente el
dibujo de una planta, acompañada de una breve ¿descripción? de la misma.
En algunos pocos casos se describen dos ejemplares en una misma página.
Las ilustraciones, por supuesto, llevan casi un siglo sometidas al
análisis de los botánicos y biólogos. La previsible pero no menos
sorprendente conclusión es que la inmensa mayoría de ellas corresponde a
plantas que no existen ni han existido nunca, o, dicho en otras
palabras, a especies que no pueden ser identificadas por ningún botánico
del mundo.
Esta norma, por cierto, tiene unas pocas excepciones: por ejemplo, la hoja dibujada en la página 42 vuelta pertenece a Rumex acetosa,
una hortaliza que se come como hoja verde en ensalada. Se trata de la
conocida "acedera", de sabor ligeramente amargo (de allí su nombre
latino). Junto al dibujo de la acedera puede verse, en la misma página,
una imagen más pequeña de una hoja perteneciente a una especie del
género Oxalis Linneo. Lo único que ambas plantas tienen en común
es el gusto amargo debido a que ambas contienen ácido oxálico, que en
grandes dosis es sumamente tóxico. ¿Por qué figuran en el libro?
Misterio.
En la página 100 hay un dibujo de una planta que, dado el parecido, ha sido identificada por el botánico O´Neill como Botrychium lunaria
Swartz. Su nombre común es "lunaria menor", y desde antiguo se la
conoce como astringente y antidiarreica. También se la menciona en el Dioscórides, un célebre tratado de herboristería, como buena para la fertilidad de las vacas: "Así la pacen, se van derecho al toro".
En la sección "astronómica" encontramos dibujos de
soles, de lunas y de estrellas, y algunas páginas muestran también
símbolos astrológicos.
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La sección biológica muestra enormes cantidades de
dibujos de mujeres desnudas, casi todas bañándose en cisternas o piletas
interconectadas por lo que parecen ser complejas instalaciones de
plomería, con caños, sifones, derivaciones, etc. Una interpretación
bastante lógica estima que estas conducciones de agua representan, en
sentido figurado, a los vasos sanguíneos, el sistema cardiocirculatorio,
el aparato digestivo y los órganos reproductivos.
La parte "farmacéutica" continúa con los dibujos de
plantas y se ven numerosos frascos con etiquetas. Por último, la sección
llamada Recetario consiste en breves párrafos, cada uno indicado con
una estrella en el margen izquierdo, tal como nosotros destacamos
párrafos con asteriscos (*) o viñetas (u
,l
,ª
, etc.).
Muy clara es la semejanza del Manuscrito Voynich con
un manual medieval de alquimia o magia: a pesar de que el idioma y los
caracteres son desconocidos, muchas de las ilustraciones están
relacionadas con símbolos y encantamientos utilizados en textos
alquímicos perfectamente estudiados. Un manuscrito bizantino del siglo
IX contiene un dibujo de una ninfa en el interior de un círculo con
signos del zodíaco que es prácticamente idéntico a una imagen del
Voynich, incluyendo la postura de la figura femenina (a pesar de que el
otro texto ha sido realizado con una técnica, unas herramientas y
materiales completamente diferentes del Voynich).
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La fecha de composición del manuscrito es también
bastante fácil de establecer. Ciertos aspectos de los caracteres definen
a la caligrafía utilizada como "cursiva humanista", un estilo de
escritura que estuvo en boga en Europa durante un par de décadas del
siglo XV. Por añadidura, el estilo de los peinados que llevan las
figuras femeninas es exactamente el de los que se utilizaron entre 1480 y
1520. No hay duda al respecto.
Pero aún no hemos hablado del significado de los
textos, es decir, sabiendo bastante acerca del manuscrito, no hemos
entrado aún en el campo más trascendente de su estudio: ¿qué significa?
Como hemos apuntado, al momento de ser redescubierto
por Voynich en 1912, el extraño libro guardaba entre sus páginas una
carta. Sin embargo, no es la primera que se escribió sobre el
Manuscrito. Hubo otras tres, y, curiosamente, las cuatro estaban
dirigidas al mismo hombre: Athanasius Kircher. Conservamos tres de
ellas.
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El destinatario de tanta preocupación nació en
Ulster, Alemania, el 2 de mayo de 1601 (ó 1602), y toda la bibliografía
referida a él lo reputa como el hombre más ilustrado de su tiempo.
Era hijo del filósofo Johannes Kircher, que además
recibió un doctorado en teología por la Universidad de Mainz. Johannes
hizo que sus seis hijos (tres varones y tres mujeres) ingresaran todos
en diversas órdenes religiosas, porque la familia era demasiado pobre
como para costearles los estudios.
Científico, matemático e inventor, Kircher desarrolló un instrumento para medir el campo magnético terrestre (considérese la época de la que hablamos), un eficiente anemómetro,
y diversos tipos de relojes solares. Fue astrónomo, geógrafo, sismólogo
y vulcanólogo, y lingüista experto en idiomas orientales. Tanto, que
fue el primero en traducir el texto alquímico La Tabla Esmeralda
del árabe al latín. Fue experto en antigüedades egipcias y reputado
descifrador de jeroglíficos, disciplinas ambas sobre las que escribió
varios libros.
A los 16 años, Athanasius ingresó en el seminario
jesuita, y en 1628 fue ordenado sacerdote en de la Compañía de Jesús.
Fue dentro de su orden que aprendió griego y hebreo a la perfección.
Estudió luego, en otro colegio jesuita, humanidades, ciencias naturales y
matemática, complementándolas con filosofía en Colonia. En 1623, en
Koblenz, enseñó griego, mientras que alcanzó lo que hoy llamaríamos un
posgrado en lenguas en Heiligenstadt. Al tiempo de ordenarse sacerdote,
había recibido ya su doctorado en teología.
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Kircher murió en 1680 en París, luego de haber pasado
la mayor parte de su vida convertido en una especie de superestrella o
celebridad científica internacional en numerosas ramas de la ciencia,
pero especialmente en la lingüística y la filosofía.
Es a causa de ello que uno de los primeros
propietarios del Manuscrito Voynich, Georg Baresch, pensó en Kircher
como el único hombre capaz de interpretar sus extraños caracteres. Así,
Baresch le escribió una carta en 1637, en la que le pedía estudiara el
texto y tratara de hallar una solución al problema. Esta primera carta
se ha perdido, y no parece que Kircher le haya dado mucha importancia,
porque tampoco se halla una respuesta.
Aún esperanzado, Baresch volvió a escribir al erudito
dos años más tarde. Esta segunda carta —que sí se conserva— reitera el
pedido de que Kircher se ocupe del manuscrito, aprovechando el viaje de
algunos religiosos amigos de Baresch desde Praga (donde estaba Baresch)
hacia Roma (donde estaba Kircher). La carta está actualmente en los
Archivos de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, en el armario
APUG 557, folio 353.
La carta fue primeramente traducida al inglés por
M.J. Gorman, del Museo e Instituto de Historia de la Ciencia de
Florencia, Italia, así como al italiano por la profesora R. Mugellesi
del Instituto de Filología Clásica de Pisa. Según René Zandbergen y su
colaborador Mark Sullivan, la versión inglesa se corresponde exactamente
con la italiana y la latina. La traducción castellana que aquí se
expone me pertenece, así como los comentarios entre paréntesis.
Dice en su parte relevante: "En ocasión de la partida
hacia Italia y Roma de cierto religioso, obtuve permiso de él para
llevar a Usted esta carta, con la cual quisiera recordarle cierto
escrito que le envié desde Praga a través del Reverendo Moretto, de la
Compañía de Jesús. La razón de haberle enviado esos escritos es la
siguiente: Después de la publicación del Prodromus Copti (un
célebre libro de Kircher sobre la lengua egipcia), Su Reverencia se hizo
famoso en todo el mundo, y en ese libro Usted solicitó ayuda para
encontrar material adicional para otro libro que pensaba publicar", de
lo que se desprende que Baresch parece creer que el libro está escrito
en copto o en jeroglíficos egipcios.
Más adelante pone: "Por lo tanto he decidido
repetirle este pedido. Moretto me ha dicho que llegó felizmente a Roma,
de lo que me complazco, y más complacido estaré cuando el contenido del
libro mencionado nos sea revelado gracias a Su Reverencia, de modo que
las buenas gentes puedan compartir los buenos conocimientos que hay en
él. De los dibujos de hierbas, de enorme número dentro del Códex, de
varias imágenes y estrellas y de otras cosas que aparentan ser secretos
de la química, he conjeturado que todo él es de naturaleza médica".
Luego de rogar varias veces más a Kircher que libere
los portentosos secretos científicos enterrados en los pliegos del
manuscrito, Baresch se despide y firma: "Pragae A[nn]o [Domini] 1639.
27 die Aprilis, quo olim Romam, in Universitate Sapientiae Romanae,
Predicae Sapientiae operam daturus, apprili A[nn]o [Domini] 1605.
V[estr]ae R[everen]dae Paternit[ate], Ad obsequia, P[er]oratissimus, M.
Georgius Baresch" ("En Praga, a los 27 días de abril de 1639, en el
mismo día en que, en abril de 1605, comencé mis estudios en la
Universidad de La Sabiduría de Roma").
La pertinacia de Baresch, al parecer, no tuvo éxito.
Hemos dicho que dentro del libro en sí, Voynich
encontró una carta. La misma, por cierto, también está dirigida a
Kircher y está fechada en 1666 (aunque algunos estudiosos leen la fecha
como 1665).
Como sea, el autor de la misiva es Johannes Marcus
Marci de Cronland, rector de la Universidad de Praga. Sabemos (porque se
conserva) que Marci también había escrito una carta anterior a Kircher
sobre el mismo asunto, cuyo original puede encontrarse asimismo en los
Archivos Gregorianos, armario APUG 557, folio 127.
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Tantas cartas al mismo hombre sobre el mismo tema nos
llevan a conjeturar que Kircher era perfectamente consciente de que no
podía ni podría descifrar el manuscrito y que, siendo una celebridad
científica y lingüística mundialmente respetada, tenía vergüenza de
responder a sus corresponsales diciéndoles que el asunto superaba su
conocimiento. En consecuencia, hizo lo único que podía hacer sin
sacrificar su orgullo: guardó silencio y jamás le contestó a nadie.
Pero la segunda carta de Marci, la que Voynich
encontró dentro del Manuscrito, es especial porque aporta, por primera
vez, elementos internos de la historia del libro e, incluso, ensaya una
hipótesis acerca del autor de la extraordinaria obra. El original se
encuentra en la Biblioteca Beinecke, está escrito en un latín muy culto y
ha sido traducido al inglés por John Tiltman. En esa versión he basado
mi traducción castellana. La carta (conocida en los ambientes académicos
como "Carta Marci") comienza con las palabras: "Reuerende et Eximie
Domine in Christo Pater. Librum hunc ab amico singulari mihi testamento
relictum, mox eundem tibi amicissime Athanisi ubi primum possidere
coepi, animo destinaui: siquidem persuasum habui a nullo nisi abs te
legi posse" ("Reverendo y distinguido Maestro, Padre en Cristo: este
libro, que heredé de un íntimo amigo, estuvo destinado a ti desde que
llegó a mis manos, mi muy querido Athanasius, porque estoy convencido de
que nadie más que tú será capaz de leerlo").
Vana esperanza la de Marci, a juzgar por los resultados.
Marci continúa diciendo: "El propietario anterior de
este libro (a quien, aunque Marci no nombra, nosotros ya conocemos: se
trata de Georg Baresch) pidió una vez tu opinión por carta (error: la
pidió dos veces, sin obtener respuesta), copiando y enviándote un
extracto del libro, del cual pensaba que serías capaz de leer el resto,
pero en ese momento no quiso enviarte el libro en sí".
Dos párrafos más abajo, Marci revela a Kircher algunos datos trascendentales. Dice textualmente: "Retulit
mihi D. Doctor Raphael Ferdinandi tertij Regis tum Boemiae in lingua
boemica instructor dictum librum fuisse Rudolphi Imperatoris, pro quo
ipse latori qui librum attulisset 600 ducatos praesentarit, authorem
uero ipsum putabat esse Rogerium Bacconem Anglum". Traduzco: "El
profesor de lengua bohemia de Fernando III, entonces rey de Bohemia, el
Señor Doctor Rafael, me ha contado que el antedicho libro perteneció al
Emperador Rodolfo (se refiere a nuestro ya conocido Rodolfo II de
Bohemia), que pagó por el libro a su poseedor la cantidad de 600
ducados. Él (no está muy claro si se refiere a Rodolfo, al desconocido
que se lo vendió, al tal Rafael o a Baresch) creía que el autor era el
inglés Roger Bacon".
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Concluye despidiéndose: "Reuerentiae Vestrae. Ad Obsequia. Joannes Marcus Marci a Cronland. Pragae 19 Augusti AD 1666 (¿1665?)".
"A las órdenes de Su Reverencia, Johannes Marcus Marci de Cronland. En
Praga, a 19 de agosto del Año del Señor de 1666 (ó 1665, según otros)".
Todos los comentarios entre paréntesis son míos.
La carta Marci es la pieza de información que enlaza,
entonces, al Manuscrito Voynich con Rodolfo II, introduciendo además en
el ya de por sí complicado asunto al sacerdote franciscano del siglo
XIII, monje, matemático, filósofo y alquimista inglés Roger Bacon.
Y tiene sentido, porque fue Bacon quien
permanentemente preconizaba en sus trabajos que los conocimientos
científicos no estaban destinados al público en general, sino que los
sabios harían muy bien en publicar los libros en códigos cifrados. La
carta de Baresch dice algo parecido, aunque sin mencionar el nombre de
Bacon.
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Roger Bacon nació en Ilchester, Somerset, Inglaterra,
en 1214, y murió en Oxford en 1292. Sus padres, terratenientes venidos a
menos, deben haber tenido un afán de progreso inédito para la época, ya
que dos de sus hijos llegaron a ser académicos y uno, Roger, conocido
universalmente hasta hoy.
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Roger estudió matemática y latín con el párroco de su
aldea antes de trasladarse a Oxford para presentarse en la Universidad,
porque sabía que allí toda la enseñanza se impartía en latín. Bacon se
convirtió en estudiante universitario a la edad de trece años, y se
destacó en gramática, lógica, retórica, geometría, aritmética, música y
astronomía. Pronto fue convocado a enseñar en Oxford, y siguió como
profesor allí hasta 1241. El joven Bacon llegó a ser en la mayor
autoridad sobre Aristóteles, y, cuando fue llamado para enseñar en la
Universidad de París, introdujo la aristotélica como ciencia central
dando incansables (e interminables) clases que comenzaban a las 6 de la
mañana y dejaban a sus estudiantes extenuados. Tan ducho en
meteorología, botánica, ciencias naturales y medicina como en teología y
filosofía, alargaríamos innecesariamente este artículo si citáramos
todas las obras y logros de Bacon desde entonces hasta su muerte a los
78 años de edad.
Baste decir que muy bien pudo haber sido el autor del
Voynich, pero que la opinión del corresponsal antiguo no se condice con
nuestras modernas teorías acerca de la fecha del libro. Hasta donde
sabemos, Bacon vivió más de dos siglos antes de la aparente composición
del Manuscrito Voynich.
La historia posterior del manuscrito es también sorprendente.
Desde que Rodolfo II se lo cedió (¿vendió?) a Baresch
y desde que éste se lo heredó a Marci, perdemos su rastro durante la
friolera de 246 años, hasta que Voynich lo redescubre en el monasterio
jesuita. ¿Cómo llegó el manuscrito hasta allí? Es probable que nunca lo
sepamos.
Una vez en Londres, el manuscrito permaneció en manos de Voynich hasta la muerte del librero.
Ethel Boole Voynich, su viuda, aparentemente lo
vendió. Esto resulta extraño, porque la fecha que se maneja es 1961,
pocos meses antes del fallecimiento de la dama. Si el matrimonio había
conservado celosamente el documento durante casi medio siglo ¿qué
sentido puede tener venderlo poco antes de morir? Se trata de otro de
los misterios inexplicables en la incomprensible historia del libro.
Como sea, el Manuscrito Voynich aparece
posteriormente en manos del experto en libros antiguos H.P Kraus, de
nacionalidad norteamericana. Kraus manifestó haber pagado por él a Ethel
Voynich la suma de 24.500 dólares, con la intención de revenderlo por
una cantidad superior.
Tasó el volumen en 160.000 dólares y lo puso
efectivamente en venta, pero durante 8 años de esfuerzos fracasó en su
empeño. Jamás logró encontrar un comprador interesado.
Descontando el fallido —y acaso ni siquiera
intentado— esfuerzo de Kircher y las fotos que Voynich envió a los
especialistas de principios del siglo XX, fácil es imaginar que los
esfuerzos por develar la incógnita del contenido del manuscrito no
cesaron.
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El primer intento serio de decodificarlo llegó en
1921, de la mano del Profesor Newbold de la Universidad de Pennsylvania.
Newbold observó que en cada caracter había unos trazos misteriosos, tan
pequeños que sólo podían ser vistos con lupas muy potentes. Creyó
identificar esos trazos como caracteres griegos, y concluyó que había un
subtexto griego oculto por los caracteres desconocidos. Por razones no
muy bien aclaradas, Newbold afirmó que el texto griego microscópico era
el verdadero contenido del Manuscrito Voynich, que databa del siglo XIII
y que su autor era Roger Bacon. Estos dos últimos asertos siguen
obviamente la carta de Marci, pero lo de las letritas griegas fue
desestimado científicamente menos de una década más tarde. Lo que el
académico creyó que eran "trazos griegos" no son más, en realidad, que
grietas microscópicas en la capa de tinta de los caracteres, provocados
por el mero paso de los siglos.
Los fracasos continuaron. En 1940 Joseph M. Feely y
Leonell C. Strong, ambos criptógrafos aficionados, intentaron aplicar
una técnica llamada "cifrado de sustitución", que no es más que
asignar a cada caracter del texto una letra del alfabeto latino. Es la
simple técnica utilizada en "El escarabajo de oro", de Poe. Según ellos,
lograron traducir todo el manuscrito, salvo que... el resultado no
tenía ningún sentido.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el equipo de
criptógrafos que rompió el código de la Armada Imperial Japonesa pasó
bastante tiempo descifrando textos antiguos encriptados. Tuvieron éxito
con todos menos con el Voynich.
En 1978 el filólogo aficionado John Stokjo aseguró
que el texto estaba escrito en ucraniano pero sin las vocales. Su
traducción, desafortunadamente, no se correspondía con las ilustraciones
ni tenía que ver con la historia de Ucrania. Contenía frases tan
"claras" como "La Vacuidad es aquello por lo que lucha el Ojo de un Dios
Bebé" (¿?) —la traducción es mía—.
Un médico llamado Leo Levitov afirmó en 1987 que el
documento había sido escrito por los cátaros, secta herética que
floreció en la Francia Medieval, y que estaba escrito en una mezcla de
palabras de varios idiomas. La traducción de Levitov, sin embargo,
entraba en franca contradicción con la teología cátara, que se encuentra
perfectamente documentada.
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Más aún: todas las traducciones mencionadas usaban
mecanismos que permitían, por ejemplo, que una misma palabra fuera
traducida con un significado en una parte del manuscrito y con otro
diferente en otra. Una muestra: uno de los pasos del razonamiento de
Newbold echaba mano de los anagramas, método impreciso si los hay. Así,
el anagrama de caso puede ser tanto cosa como osca, saco ó asco.
La mayoría de los académicos están de acuerdo en que los intentos de
decodificación del manuscrito Voynich están irremediablemente teñidos de
un inaceptable grado de ambigüedad. Peor aún, es imposible, usando
cualquiera de esos métodos pero a la inversa, codificar un texto
llano para obtener nada que se parezca ni remotamente al Manuscrito
Voynich, y ya se comprende que un sistema capaz de decodificar un texto
en clave tiene que ser capaz de funcionar a la inversa.
La conclusión es que, luego de 90 años de esfuerzos
de parte de varios de los mejores especialistas en códigos, nadie fue
capaz de descifrar el "voynichés", como a veces se lo ha llamado. Es por
ello que la naturaleza y origen del manuscrito permanece en el
misterio.
El más serio de los intentos recientes, y
posiblemente el único que ha aplicado un razonamiento abarcativo,
inteligente y creativo, es el del doctor Gordon Rugg, que comenzó a
interesarse en el Manuscrito Voynich alrededor del año 2000. Lo
interesante es, como se apuntó al principio, que Rugg no es filólogo,
lingüista ni historiador, sino médico y psicólogo, recibido en la
Universidad de Reading en Inglaterra en 1987. Hoy se desempeña como
profesor de la Escuela de Computación Matemática en la Universidad
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Keele es, además, director de "Sistemas Expertos",
periódico internacional especializado en Ingeniería del Conocimiento y
redes neurales. El campo de investigación de Rugg es, precisamente, la
naturaleza del conocimiento y los modelos de información, conocimiento y
creencias. Al fin había llegado alguien capaz de atacar el enigma del
manuscrito desde un ángulo nuevo y original.
Al principio, Rugg se aproximó al problema
considerándolo sólo un rompecabezas interesante: más tarde comprendió
que podría convertirse en un caso testigo de una profunda investigación
sobre las maneras de reexaminar problemas complejos.
Rugg comienza especulando acerca de que el fracaso de
los intentos de decodificar el libro puede significar que tal vez no
haya ningún código que descifrar: después de todo, el manuscrito muy
bien puede no contener mensaje alguno, siendo tan sólo el fruto de una
elaborada broma.
Los críticos de esta hipótesis han argumentado que el
voynichés es demasiado complejo para no tener sentido. ¿Cómo podría un
bromista medieval producir 230 páginas de un texto con tantas sutiles
regularidades en la estructura y la distribución de las palabras?
Sin embargo, Gordon Rugg ha descubierto que
cualquiera puede reproducir la mayor parte de las extraordinarias
características del manuscrito utilizando una sencilla herramienta
criptográfica que ya era bien conocida en el siglo XVI, como veremos más
adelante. Dice: "El texto generado por esta herramienta parece voynichés, pero en realidad no es más que jerigonza que no transmite ningún mensaje oculto. Este hallazgo no prueba
que el manuscrito sea una burla, pero refuerza el rumor de que un
aventurero inglés llamado Edward Kelley habría pergeñado todo el asunto
para defraudar al crédulo Rodolfo II, ya que se dice que el emperador
pagó la suma de 600 ducados por el libro —algo así como 50.000 dólares
de hoy".
Pero supongamos por un momento que el manuscrito no
es un engaño ni está escrito en código. La tercera posibilidad sería:
¿podría corresponder a un idioma desconocido?
Rugg responde a esta pregunta de la forma siguiente:
"A pesar de que no podemos descifrarlo, sí sabemos que el texto muestra
una desacostumbradamente alta tasa de regularidad. Por ejemplo, las
palabras más comunes a menudo aparecen dos o más veces por renglón. Para
representar las palabras, utilizo el Alfabeto Voynich Europeo (EVA),
una convención para transliterar los caracteles voynicheses al alfabeto
romano. Un ejemplo de la página 78 vuelta del manuscrito dice: qokedy qokedy dal qokedy qokedy.
Este grado de redundancia no se encuentra en ningún lenguaje conocido.
En sentido contrario, el voynichés contiene muy pocas frases donde dos o
tres palabras diferentes aparezcan juntas. Estas características hacen
muy improbable que el voynichés sea una lengua humana: sencillamente, es
demasiado diferente de todos los demás idiomas conocidos".
La posibilidad de que el manuscrito sea sólo un muy
bien tramado engaño con intencionalidad económica o, sencillamente, los
delirios de un alquimista loco vuelve, pues, a estar en discusión. "La
complejidad lingüística del texto parece argumentar en contra de esta
teoría", afirma Rugg. "Además de la repetición de palabras, hay
numerosas regularidades en la estructura interna de los vocablos. La
sílaba qo, muy común, sólo aparece al principio de las palabras. La sílaba chek puede aparecer al comienzo, pero si la palabra contiene también qo, entonces qo viene antes de chek. La sílaba dy,
también común, aparece normalmente al final de las palabras y en
ocasiones al principio, pero nunca en el medio. Un método simple de
´elegir y mezclar´ que combinase las sílabas al azar nunca podría
producir un texto con tal grado de regularidades. El voynichés es,
asimismo, mucho más complejo que el discurso patológico observado en
pacientes con daños cerebrales o desórdenes psicológicos. Incluso si un
alquimista loco diseñó una gramática para una lengua inventada por él, y
se pasó luego años y años escribiendo un manuscrito que empleara esa
gramática, el texto resultante no presentaría las características
estadísticas que encontramos en el Voynich".
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Es verdad: en el Manuscrito, los tamaños de las
palabras toman la forma de una distribución binomial, o sea, las
palabras más comunes tienen cinco o seis caracteres, mientras que la
frecuencia de aparición de las palabras más largas o más cortas cae
bruscamente para formar una curva en forma de campana simétrica,
conocida como "campana de Gauss". Dice el experto: "Esta clase de
distribución es extremadamente inusual en las lenguas humanas. En
la práctica totalidad de los idiomas conocidos, la distribución de las
longitudes de palabras en mucho más ancha que una campana de Gauss y
por añadidura asimétrica, con una clara preeminencia de las palabras
relativamente largas. Es altamente improbable que la distribución
binomial del voynichés haya sido deliberadamente incluida como parte del
engaño, simplemente porque el concepto estadístico en que se basa no
fue inventado sino hasta siglos después de que se escribió el
manuscrito".
En suma, el Manuscrito Voynich parece ser o bien un
código extremadamente inusual, una lengua extraña y desconocida o bien
una mentira altamente sofisticada, y no hay una manera fácil de resolver
esta disyuntiva, lo cual es el motivo de que el misterio haya
persistido casi cinco siglos.
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Cuando Rugg y su colega Joanne Hyde comenzaron a
buscar un problema como éste, porque estaban desarrollando un método
para evaluar críticamente el tipo de conocimientos y razonamientos
utilizados en la resolución de difíciles problemas de investigación, se
toparon con el Manuscrito Voynich. Comenzaron por determinar qué tipos
de conocimiento habían sido aplicados previamente al problema.
"La afirmación de que las características del
voynichés son inconsistentes con cualquier idioma conocido se basaban en
conocimientos lingüísticos sustanciales. Esta conclusión parecía
correcta, por lo que continué con la hipótesis del engaño. La mayor
parte de la gente que había estudiado el manuscrito estaba conciente en
que el voynichés era demasiado complejo para ser un chiste. Sin embargo,
esta afirmación se basaba más en opiniones que en evidencias firmes. No
hay ningún corpus de conocimientos que trate acerca de cómo reproducir
un texto cifrado medieval muy largo, por la sencilla razón de que,
dejando de lado los engaños, difícilmente se encuentren ejemplos de un
texto tal", escribe Rugg.
Varios investigadores, como Jorge Stolfi de la
Universidad de Campinas en Brasil, han dudado acerca de si el Manuscrito
Voynich se produjo utilizando tablas de generación de textos al azar.
Estas tablas tienen celdas que contienen caracteres o sílabas; el
usuario selecciona una secuencia de celdas —por ejemplo tirando los
dados— y las combina para formar una palabra. Esta técnica puede generar
algunas de las regularidades internas de las palabras voynichesas. Bajo
el método de Stolfi, la primera columna de la tabla contiene los
prefijos, como qo, que sólo se presenta al comienzo de las
palabras; la segunda contiene las sílabas que aparecen en el medio de
las palabras (como chek) y la última las sílabas que sólo aparecen al final, como por ejemplo y.
Eligiendo sílabas de las tres columnas en secuencia, el investigador
producirá palabras con la estructura característica del voynichés.
Algunas de las casillas pueden quedar vacías para que puedan existir
palabras sin prefijo, medio o sufijo.
Pero esto no es suficiente: hay muchas otras
características estadísticas del voynichés que no pueden reproducirse
con tanta facilidad. Por ejemplo, algunos caracteres son comunes
considerados individualmente, pero rara vez o nunca aparecen uno junto
al otro. Los caracteres transcriptos como a, e y l son comunes, al igual que su combinación al, pero el
es casi inexistente. Este efecto no puede lograrse combinando
caracteres de una tabla al azar, por lo que Stolfi y otros rechazan esta
explicación. La cuestión capital aquí es la alocución "al azar". Para
los investigadores modernos, la aleatoridad es un concepto muy útil y
común. También es un concepto desarrollado mucho tiempo después de la
creación del manuscrito.
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Rugg está en contra de la teoría del azar: "Un
bromista medieval hubiera usado, probablemente, una manera diferente de
combinar las sílabas, que no habría sido ´aleatoria´ en el estricto
sentido estadístico moderno". Rugg comenzó a sospechar si algunas de las
propiedades del voynichés no serían efectos de algún método largamente
olvidado y obsoleto.
Volvió entonces a la hipótesis del engaño para
investigarla en profundidad. El paso siguiente fue intentar producir un
documento falso para ver qué efectos colaterales aparecían. La primera
pregunta era, entonces: ¿qué técnica utilizar? La respuesta dependía de
la fecha en la que el manuscrito fue producido. Habiendo trabajado en
arqueología, un campo donde la datación de artefactos es una
preocupación fundamental, Rugg conocía el consenso general acerca de que
el Voynich fue creado antes de 1500. Las ilustraciones eran del estilo
de las de fines de 1400, pero este atributo no demostraba necesariamente
la antigüedad del material: los trabajos artísticos a menudo presentan
el estilo de períodos anteriores, tanto inocentemente como para hacer
aparecer un documento como anterior a lo que realmente es.
"Busqué entonces una técnica de encriptación que
fuera de uso común durante el más ancho rango posible de fechas de
origen del Manuscrito Voynich: de 1470 a 1608. Una posibilidad muy buena
era la Grilla de Cardano, desarrollada por el matemático italiano
Girolamo Cardano en 1550. Consiste en una tarjeta con ranuras recortadas
en ella. Cuando se apoya la ´grilla´ sobre un texto aparentemente
inocuo (pero escrito con una tarjeta igual), las ranuras permiten leer
el texto oculto en el mensaje". Rugg comprendió que una grilla de este
tipo permitía seleccionar permutaciones de prefijos, medios y sufijos de
una tabla, a efectos de generar palabras similares a la voynichesas.
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Una página típica del Manuscrito Voynich contiene
entre 10 a 40 renglones, cada una compuesta pòr entre 8 a 12 palabras.
Usando el modelo de tres sílabas del voynichés, una tabla de 36 columnas
y 40 filas contendría suficientes sílabas como para producir una página
completa del manuscrito con una sola tarjeta ranurada. La primera
columna contendría los prefijos, la segunda las partes centrales y la
tercera los sufijos de las palabras; las columnas siguientes repetirían
el mismo patrón.
El psicólogo nos explica el procedimiento: "Uno puede
alinear la grilla contra el ángulo superior izquierdo de la grilla para
generar la primera palabra y luego moverla tres columnas a la derecha
para hacer lo mismo con la siguiente, o moverla más hacia a la derecha o
a una fila inferior. Ubicando la tarjeta en distintas posiciones de la
tabla, el investigador puede crear cientos y cientos de palabras en
voynichés. Y la misma tabla podría usarse con diferente tarjeta para
generar las palabras de la página siguiente".
Quedaba por probar el tiempo que se tardaría para
escribir un libro como el Manuscrito Voynich. Uno de los argumentos
utilizados y socorridos por los ocultistas para desestimar la teoría del
fraude siempre fue, precisamente, que un falsificador medieval hubiera
tardado años o décadas en completar un manuscrito tan complejo y
elaborado. Nunca nadie se había puesto a cronometrar un intento serio.
¿Cuánto se tardaría utilizando el método de Cardano?
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Rugg dibujó tres tablas a mano, lo que le tomó dos o
tres horas por tabla. Recortar cada tarjeta o grilla le llevó de dos a
tres minutos, y se fabricó 10 de ellas. Escribe gozoso: "Hecho esto,
pude generar de 1.000 a 2.000 palabras, comprobando que mi método me
permitía reproducir fácilmente la mayor parte de las características del
voynichés. Por ejemplo, uno puede cerciorarse de que ciertos caracteres
nunca aparezcan juntos diseñando cuidadosamente grillas y tablas. Si
las grillas sucesivas están siempre sobre distintas filas, las sílabas
de las celdas adyacentes en sentido horizontal nunca aparecerán juntas,
incluso aunque sean muy comunes individualmente. La distribución
binomial en Campana de Gauss puede lograrse mezclando sílabas cortas,
medianas y largas en la tabla. Otra característica del voynichés, que es
el hecho de que las palabras iniciales de los renglones tienden a ser
más largas que el resto, puede reproducirse simplemente colocando más
sílabas algo más largas en el lado izquierdo de la tabla. Parece ser,
entonces, que el Manuscrito Voynich pudo escribirse utilizando el método
de la Grilla de Cardano. La reconstrucción realizada por mí y mis
colegas sugiere, por ende, que una sola persona pudo haber compuesto el manuscrito completo, incluyendo las ilustraciones, en sólo tres o cuatro meses".
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Pero subsiste la cuestión crucial: ¿es el libro sólo jerigonza incomprensible o contiene un verdadero mensaje codificado?
Rugg encontró dos maneras o métodos de emplear el
sistema de grillas y tablas para codificar y decodificar texto plano. El
primero consiste en un cifrado de sustitución que convierte las letras
del texto normal en sílabas mediales que quedan empotradas entre un
prefijo y un sufijo sin significado, utilizando el método indicado más
arriba.
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El segundo asigna un número a cada carácter del texto
original y luego usa esos números para especificar la ubicación de la
grilla sobre la tabla. Ambas técnicas, sin embargo, producen textos con
mucho menor nivel de repetición que la que presenta el Manuscrito.
Este hallazgo indica que si en realidad se usó la
Grilla de Cardano para redactar el Manuscrito Voynich, el autor
probablemente creó un gran volumen de texto sin ningún significado en
absoluto —aunque soberbia e inteligentemente diseñado— en vez de un
texto verdadero cifrado.
Rugg no encontró ninguna evidencia de que el texto contenga en realidad un mensaje.
"Esta ausencia de evidencia no prueba, por supuesto,
que el manuscrito sea una broma, pero mi trabajo demuestra que la
construcción de un engaño tan complejo como éste es muy fácil de lograr.
Esta explicación enlaza con ciertos intrigantes hechos históricos: el
académico isabelino John Dee y su socio Edward Kelley visitaron la corte
de Rodolfo II en la década de 1580. Kelley fue un notorio falsificador,
místico y alquimista, que probadamente conocía bien el método de
Cardano. Durante mucho tiempo los expertos han sospechado que Kelley fue
el autor del manuscrito".
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Una alumna de Rugg, Laura Aylward, está investigando
hoy si las peculiaridades estadísticas más complejas del Voynich pueden
ser también reproducidas con la técnica de Cardano. Para contestar estas
preguntas, será necesario generar enormes cantidades de texto usando
tablas y grillas de distinto diseño, por lo que Rugg está escribiendo el
software necesario para automatizar el proceso.
Es fácil entender que, siendo Rugg un psicólogo, la
traducción del Manuscrito le importa muy poco. Sus intereses son otros:
"Este estudio muestra invalorables aprendizajes, empero, acerca del
proceso de reexaminar problemas dificultosos para determinar si
cualquier posible solución ha sido pasada por alto. Un buen ejemplo de
este tipo de problemas es buscar la causa del Mal de Alzheimer". Rugg
planea examinar si el mismo criterio de aproximación al Manuscrito
Voynich puede usarse para reevaluar la investigación previa sobre este
desorden neurológico. La preguntas a formular deben incluir, por
ejemplo, las siguientes: ¿han los investigadores olvidado algún campo o
grupo de conocimientos relevantes? ¿Hay algunos sutiles malentendidos
entre las diferentes disciplinas involucradas en el estudio de la
enfermedad en cuestión? Las cosas que se admiten como ciertas, ¿han sido
suficientemente probadas?
Si este proceso puede usarse para ayudar a los
investigadores del Alzheimer a encontrar nuevos rumbos de investigación,
entonces un manuscrito medieval que parece un manual de alquimia puede
probar, eventualmente, haberse convertido en un regalo para la medicina
moderna.
En efecto, es posible que los métodos utilizados
para analizar el misterio de Voynich pudieran ser aplicados para
resolver importantes cuestiones de otras áreas. Armar el complejo
rompecabezas del manuscrito requiere grandes conocimientos en varios
campos, incluyendo criptografía, lingüística e historia medieval. Como
investigador en el campo del razonamiento experto Rugg ve su trabajo
sobre el Manuscrito Voynich como un test de aproximación informal que
podría ser aprovechado para identificar nuevas formas de aclarar
cuestiones científicas no resueltas desde hace mucho tiempo. El paso
clave es la identificación de las fortalezas y debilidades de los
conocimientos que se poseen sobre los campos relevantes a la cuestión.
Si el método de Rugg se muestra eficiente en otros
campos, el desconocido autor del Manuscrito Voynich habrá "regalado" a
la ciencia una herramienta fabulosa e invalorable, sin haberlo
pretendido ni sospechado nunca.
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Mientras tanto, el volumen causante de toda esta
investigación y tantos desvelos duerme hoy en una vitrina. Pasaron por
el misterio, a los largo de 500 años, las figuras de Rodolfo II, Roger
Bacon, Voynich, John Dee, Kircher, Kraus, Marci, Kelley, Baresch, y los
investigadores modernos Stolfi, Cardano, Joanne Hyde, Aylward y el
propio Rugg. Todos ellos estuvieron presentes, pero, como lo haremos
usted y yo, pasaron y desaparecieron en el polvo de los siglos, o lo
harán (y haremos) cuando llegue el momento. Pero el misterio persistirá,
porque, a estas alturas, los expertos guardan muy pocas esperanzas de
que el Manuscrito Voynich pueda ser descifrado alguna vez.
En 1969, harto ya de intentar venderlo, H.P Kraus
donó el Manuscrito Voynich a la Universidad de Yale, la que lo archivó,
junto con la Carta Marci, en su Biblioteca Beinecke de Libros Raros.
Allí sigue, rotulado con el número de catálogo MS 408, junto a la carta de Marci (MS 408A).
Dicen los que lo han visto que parece sonreír y
guardar silencio, como si supiera un secreto que no somos ni seremos
capaces de develar.
(Fuente: Revista Axxón)
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